
Rompen con los cánones establecidos. Desestabilizan intencionadamente la armonía buscada por los clásicos. Son nuevos, con proyección y con un talento a colorear. Desenmascaramos la singularidad de los coreógrafos y bailarines que este año han formado parte del Certamen Coreográfico de Madrid.
Acompañado por distintos programas paralelos como el proyecto pedagógico Esto no es un selfie o el taller de creación y composición, Mover la Mirada, el Centro Cultural Conde Duque, ha sido el encargado de acoger a lo largo de 4 días, la representación escénica de 14 compañías participantes, germen de futuras voces de la danza contemporánea y que han sido el eje estructural de esta 30ª edición.
Si les digo que en Sobrelajuventud (2016), de la Cía. La imperfecta, los protagonistas se enamoran de un estado repetitivo que crece y explota en continua sucesión, y que supone el ascenso y la caída, no me creerían. Esta pieza de danza, además de situar a su coreógrafo Alberto Alonso, como ganador del Premio de la Crítica, junto con las bailarinas Esther Rodríguez –Barbero, Alba G. Herrera y Clara Pampyn, ha supuesto para la propia compañía la coronación como pieza innovadora y vertiginosa, adjetivo que podrá desarrollar o desdibujar gracias al Premio Proyecto Tutoría, así como en la beca obtenida para la residencia del Centro de Danza Canal de Madrid.
Los bailarines de Tango han demostrado que la supuesta crudeza de la fealdad, la imperfección física o la contraposición al equilibrio y la simetría, se han convertido en un plus, convirtiéndose en una de las 7 compañías que pasaron a la final.
Laura Morales y Greta García serían las representantes del certamen más cómico. Siempre visto desde un punto de suma, las componentes de la compañía Hermanas Gestring con la pieza Good girl, ejecutaron un montaje hilarante, disparatado, a la par que performático, ayudadas por una presencia escénica rompedora.
Como portavoces de lo mágico y los espacios oníricos estarían Rudi Cole y Julia Robert de la Cia Humanhood, ganadores del Premio Conservatorio Superior de Danza María de Ávila, la residencia técnica, la programación en la Sala Hiroshima (Barcelona) y el Premio jurado joven-ENEUS.
Pero si les digo que este año, ha habido representaciones de coreografías desenfocadas, esbeltas, ingrávidas, rematadamente perfectas, magnéticas, técnicas, fascinantes, versátiles, poliédricas, vibrantes, que han conseguido convertirse en el foco de atención, hipnotizando a público y jurado, tendrían que creerme. Y es que 30 años de festival son toda una vida, muchas velas sopladas, piñatas abiertas, tartas de sabores cocinadas por el chef Paso a 2 para que los coreógrafos se coman, al final del banquete, múltiples porciones de sueños.
Mary Carmen Velasco
(Fotografía de Juan Carlos Arévalo de la pieza «Good Girl» de Hermanas Gestrin)