
Un dibujo de líneas rectas y formas geométricas trazado con cinta blanca en el suelo negro. Una bailarina desarrolla pequeñas secuencias coreográficas, siempre nacidas de un impulso corporal, que liberan un sonido; los brazos lanzados en el aire generan un suspiro melancólico, mientras la espalda arqueada suelta una nota vibrante. El movimiento es sonido – a veces repetitivo, otras veces percutivo –, y ese sonido es grabado con un micrófono inalámbrico, manipulado y reproducido en directo para generar un canto coral de múltiples capas sonoras. Así es Concierto de Clara Pampyn, un solo basado en la partitura del suelo – un mapa de sonidos – que ella misma interpreta. Por su carácter efímero el movimiento está condenado a desaparecer. Aunque su torbellino que moviliza el aire es momentáneo, Pampyn retiene esa presencia móvil en el sonido, y alarga así su huella. Por todo el escenario circula una materialidad sonora milagrosamente viva. Cuando unos recorridos circulares de su pelvis aparecen para añadir una tonalidad nueva al concierto, a la vez festejan el sonido abundante que ya flota por el espacio. Así Pampyn baila consigo misma, canta consigo misma; es solista y acompañante, lleva el mando y es llevada por sus propios sonidos-movimientos que ya dejaron de ser visibles, pero no presentes. Concierto, la propuesta seleccionada en el Certamen Coreográfico de Madrid del 2016 para desarrollarse en un solo completo, apuesta por la sencillez de una sensibilidad perceptiva. Quizá entregarse a la atonalidad o los juegos arrítmicos propios del jazz, o a la experimentación de otras sonoridades de la música contemporánea hubiera enriquecido sus texturas. O tal vez indagar en los tonos grotescos, incómodos o extraños que emergen de los sedimentos corporales abriría otra profundidad en el sonido que genera Pampyn. Ahora bien, Concierto sugiere una belleza tranquilizadora, armónica como las composiciones de música clásica que acarician los oídos de manera meditativa.