Elena Puchol: No hay hueco en el jardín – por Miguel Albito Fernández

Título de la pieza: No hay hueco en el jardín.

Coreógrafa: Elena Puchol Sola – Compañía Elena Puchol Sola Productions

NO HAY HUECO EN EL JARDÍN (o lo radical de permitirse el juego)

La escena se abre con la duda sobre lo que se está viendo. Dos cuerpos aparentemente femeninos tumbados, uno sobre otro, y seis bolas que parecen ¿arbustos? ¿cascos extraterrestres? ¿pelusas gigantes? Cuatro de ellas conectadas a brazos, las otras dos donde se supone que están las cabezas de las bailarinas. Los cuerpos despiertan y empiezan a desplazarse, irguiéndose uno sobre el otro, para, a continuación, comenzar a moverse juntos. Las dos bolas que son cabezas se mueven con ellas. Las otras permanecerán en el suelo, como una escenografía mínima. Esta sensación de indeterminación tan propia de la danza conduce al espectador a esa especie de ansia narrativa, a esa búsqueda de una historia a la que encaramarse pero que es tan verosímil como cualquier otra.

Para intentar justificar lo que está viendo, uno empieza pensando en cierto marcianismo. Unos seres antropomórficos, con algo raro por cabeza, se mueven, se comunican, se relacionan siguiendo una coreografía que, sin ser extravagante, sí es enrevesada, elástica, retorcida. El sonido parece acompañar esta asociación generando un espacio que el espectador mira con la extrañeza, curiosidad y precaución del que se encuentra ante lo desconocido.

Pero la pista musical cambia de pronto para dar paso a un fragmento de lo que parece ser un documental sobre el sistema auditivo, quizá de los humanos, narrado por la voz que parece haber narrado todos y cada uno de los documentales que hemos visto. Este fragmento invita a un cambio radical de la narrativa. Lo que parecía raro y marciano pasa ahora a sugerir lo microscópico, lo más pequeño de un cuerpo que, ampliado, resulta deforme, pero también curioso y juguetón. El audio habla de unos pequeñísimos pelillos que con su movimiento (o su baile) logran transmitir un impulso que el cerebro interpretará como sonido. Y precisamente eso parecen ahora las bailarinas: pequeños órganos que, con su movimiento (su baile), transmiten al cerebro, que ahora es el público, estímulos que éste se afana por interpretar.

Lo potente de la pieza creo que es, precisamente, esa capacidad de invitar a completarla con alguna narrativa que nos sea propia. El espacio vacío que deja esta coreografía, por lo demás bastante cerrada en cuanto a estructura y desarrollo, da pie a contar no una historia sino tantas como al espectador se le sugieran. Lo que al principio parecían los movimientos de un marciano o de un orgánulo microscópico, te llevan también al recuerdo de esas historias que te inventabas con tu amiga cuando todavía no era importante lo que ahora te parece importante. Y, sobre todo, a las sensaciones que esas historias, libres de ambición y coherencia narrativa, te provocaban.  

En cierto momento, las cuatro bolas que permanecían inertes en un rincón de la escena y que ahora vemos como pequeños arbustos circulares, vuelven a las manos de las bailarinas. Lo que antes había servido para justificar la escenografía de algo así como un jardín, multiplica el número de seres que participan del juego, siendo ahora un baile de dos cuerpos, pero seis extrañas cabezas. El final de la pieza la deja tan abierta como empezó. Estos extraños seres se recogen, volviendo juntos a una posición de incertidumbre y duda, similar a la que dio origen a su movimiento. Danza sin grandes pretensiones de moderneo, que quiere crear imágenes para contar, a su manera, una historia que el espectador puede matizar. Danza como juego, como una invitación al juego. Porque permitirse el juego es permitirse lo que se insinúa mágico y lo sensible, aparentemente, libre de grandes discursos. Me gusta pensar que lo radical ahora es tratar de contar pequeñas historias con “palabras” sencillas y que provoquen sentimientos sencillos. Permitirse pensar que en un pequeño hueco de tu jardín hay unas divertidas criaturillas que, sin tú saberlo, se mueven jugando y juegan moviéndose, invitándome a unirme a ellas. Propuesta que creo más genuina y valiente que el bombardeo de grandes dilemas político-morales al que se nos somete a diario desde la escena.

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