
Título de la pieza: Las Cantatas Eufóricas.
Coreógrafa: Josefina Gorostiza
LAS CANTATAS EUFÓRICAS (o la desacralización de lo bello a través de lo pop)
El vértigo que hasta cierto punto me provoca abordar críticamente esta pieza responde a la sensación de estar disponiéndome a abordar, de alguna manera, el momento presente.
Se nos plantea, incluso desde el título, un espacio que parte de lo “clásico”: una cantata barroca entrecortada pone sonido a una imagen de 4 cuerpos vestidos de negro que desde los límites del escenario observan pacientes. Un DJ con una peluca como la de las imágenes que tenemos de Bach o Haendel lo hace desde su mesa de mezclas al fondo de la escena. El grupo dirige su mirada al centro del escenario, donde un cuerpo masculino, encorvado y a pecho descubierto, arrastra lentamente, sobre una tela también negra, a una mujer que se yergue con los brazos extendidos y gesto ausente o tímido. Otra lo ayudará a ir girando la figura sobre sí misma, mostrándola como una escultura. La imagen recuerda, quizás, a un pueblo contemplando a un esclavo que carga de una imagen sagrada femenina… hasta que una sonrisa burlona irrumpe, dando lugar al desnudo de un cuerpo femenino que se muestra con ánimo de violentar y en actitud desafiante. Comprobaremos cómo esto último puede que sea el motor de toda la pieza. Rápidamente la música clásica, supuestamente elitista y desconectada del presente se ve sobrevenida por el tecno que invita al grupo a la euforia colectiva. A algunos intérpretes les llevará a, individualmente, dar rienda suelta a sus movimientos para, a continuación, reincorporarse a la coreografía repetitiva de esta especie de reunión de los que se han conseguido liberar. Sorprende cómo esta coreografía que se busca exhaustiva y extenuante se organiza en algo que sugiere lo militar o la batalla, espacios que no se caracterizan precisamente por su grado de libertad.
No obstante, parece que lo “clásico” se resiste y reaparece, fragmentario, dando lugar a escenas estáticas y pictóricas que poco a poco se deshacen también de su imaginería histórica para volverse extáticas y provocativas. La profanación se consolida cuando entra lo pop, el voguing o un catwalk impudoroso de miradas pretendidamente insolentes. Estas miradas tienen siempre presente al espectador, desafiándole, insinuando que, si no le gusta lo que ve, puede que sea porque pertenece a esa horrible sociedad anticuada y alienante de la que ellos han logrado desprenderse. Esta disposición desemboca casi al final de la pieza en otra mirada, esta vez de cierta admiración o alabanza, al dj que tras pavimentarles con la verdadera música este espacio de libertad del que han estado gozando, se decide a abandonar su pedestal recorriendo el escenario y a los bailarines con un baile chulesco y confiado. Este ritual de desacralización terminará con el líder quitándose su peluca, y dejándola irónicamente sobre alguno de los bailarines que le miran con adoración, como último símbolo del antiguo régimen artístico.
Recorre la pieza una actitud burlona, desafiante y reivindicativa, fervientemente sostenida por los bailarines, que les mueve a bailar prácticamente encima de los espectadores de primera fila (¿sigue siendo moderno violentar al público de esa manera?) y a reivindicar el movimiento despreocupado y comunitario de los clubs. Es la actitud del que se siente pretendidamente moderno y liberado.
Pero ¿es verdaderamente radical una mujer enseñando los pechos en un escenario? ¿Hay lucha en la imagen de un hombre que baila con falda? Pienso que no, al menos porque lo radical suele ser escaso y en los últimos tiempos esto se ve prácticamente a diario. Pienso que tampoco es tan valiente como se puede querer que parezca y que hacerlo desde cuerpos normativos tiene el peligro de resultar violento e intrusivo ante aquellos colectivos a los que les pertenece realmente esta lucha.
Si una propuesta deja al público mayoritariamente encantado, como fue el caso de estas cantatas, es imposible que haya sido radicalmente política o novedosa. El público lo recibe con entusiasmo porque está preparado para ello, porque la parte de la sociedad que asiste a eventos como este lo está, porque este tipo de propuestas están de moda. Si pensamos que así escapamos de lo comercial, creo que nos engañamos. Es valiente querer democratizar la danza, alejarla del elitismo en el que hemos colocado al ballet clásico y en el que se intenta colocar a mucha de la danza contemporánea, pero abordarlo desde lo pop (porque, hoy en día, el tecno es pop) no parece valiente ni mucho menos novedoso.